sábado, 30 de octubre de 2010

AMALIA ESILDA RAMOS






 
 
 
A LOS MUERTOS POR LA PATRIA


El silencio de la historia
de cien años hacia atrás,
es un himno de victoria.
Es un canto. Es un fusil
donde huestes de patriotas
con la furia y el coraje
de la sangre varonil,
por las huellas de carretas
van camino hacia la lid.
Que al furor de las metrallas
y al tronar de los cañones,
por las pampas, por los valles,
por las selvas y montañas
son paladines y centauros
coronados por los lauros
del olivo y del laurel.
Que en los campos de batalla
entre el centellear de las espadas
y el redoblar de los tambores
dejan sueños y esperanzas,
dejan vidas, esposas, hijos,
madres, sacrificios y el hogar.
“desde el Plata hasta el confín”,
¡Son los muertos por la Patria;
son soldados de la gloria
de Belgrano y San martín!



MI AMIGO GATO

Yo chica
sentada en el umbral
de la puerta de calle,
mirando pasar la gente,
con los codos en las rodillas
y sobre las manos, las mejillas.
Pasa un gato por la vereda
con el lomo encorvado
rozando las paredes
y a mi lado dice miau…

Como no entiendo su lengua,
pienso que me saluda
y le contesto: chau…

El gato salta la muralla
de la casa vecina
y yo sigo pensando…
Pensando en el saludo
de este amigo que no conozco,
y que solo sé que es un gato.

                                               (1939)

viernes, 8 de octubre de 2010

AL ALMA DE FRÍAS - PATRICIA VILLANUEVA




No voy a nombrarte frías,

por tus fuentes y tus plazas,
sino por tu alma,
esa que hace un tiempo,
me trajo de nuevo a casa…
……………………….
Amo mi frías de lapachos florecidos
de carnavales eternos
y siestas con los amigos…
de mates interminables...
de amores inolvidables…
a la vuelta de la plaza…

…de las veladas de teatro
y bailes en la cabaña…
registros de las memorias
que mis padres me contaran…
de primaveras ventosas
y tardes color vainillas
de la Sargo, de la Coinor,
de fiestas de Lutsavira...
y como evitar los duendes
que revuelven los recuerdos
del festival del bombo
y por cierto…los mistoleros….

ahora todo es distinto,
hay carteles y negocios…
el progreso está vigente,
¡la música los boliches,
las motos …y tanta gente…!

por eso quiero pedirte, Frías
que en un marco de lapachos,
guardes celosa tu alma,
esa que hace algún tiempo…
me trajo de nuevo a casa.

                                 (Septiembre/2010)

NUNCA - PABLO ALBORNOZ







Marta estaba pensando. Meditaba furiosa, con la mirada fija en las torcidas baldosas: no le gustaba la disposición del piso, había mosaicos amarillos y rojos, definitivamente no le gustaban.

Golpeó sus manos por última vez junto al portón de la casa pero nadie la atendió, entonces regresó a la suya.

Atravesó un pasillo de gatos, telarañas y polvo; al fondo destellaba el monitor de la computadora. Alguien la obligó a defenderse de la tecnología y a sus setenta cinco años se debatía entre los botones; pero la sabía usar para lo que quería. El teclado estaba salpicado de importantes cagadas de moscas. Tomó el teléfono y marcó. La mujer tenía la cara sucia de pecas, el pelo color bronce con raíces blancas. Todo a su alrededor era deterioro. A Marta ya nadie la quería, pero eso no le importaba. Los años le habían caído de golpe aplastándola; se había convertido en una enana refunfuñante, parecía una caldera de cobre a punto de estallar.

–¡ Hola, Lautaro ! Escúchame un momento: acabo de venir de tu casa, pues no me atendías. ¡No me puedes escribir, la puta madre, no me puedes escribir un cuento donde todo el tiempo aparece la palabra “nunca”! Nunca, nunca, nunca. Te devora la ignorancia infeliz ¿En qué estabas pensando? – y colgó el tubo violentamente.

Marta se quedó mascullando y tipeando durante las horas restantes del día, sin bajar la vista del fulgor en el papel. Lo hacía de manera demencial, espantando a las gatas, sus crías y sus abortos; y se pudo ver que a la escritora le faltaban dedos. Sus manos eran inválidas estrellas de mar. Los nudos que tenía –sobre todo del pedazo del dedo pulgar derecho– aún sangraban, y las cagadas de las moscas sobre las teclas no eran tales, sino la llovizna escarlata de su desenfreno. Y así transcurrió el tiempo. Pasaron siete tardes, con sus madrugadas y sus sombras, mientras las gatas hambrientas y desatendidas se comían a sus camadas. Al ver que la corrección del texto no florecía, sintió que una larva enorme la rumiaba: un monstruo que irrumpía desde su interior. Y el teclado se seguía manchando, día y noche, al compás de su dactilografía, como un concertista poseído. Y se dio cuenta que Lautaro no existía, que la casa de las torcidas baldosas tampoco. Era ella sola la que vivía, y se había sometido a la tarea de corregir lo incorregible –su vida–, a terminar un cuento incontable, a sufrir en cada línea ante la presencia de un “nunca”, y murió víctima de su obsesión, salpicándolo todo, habiendo deseado alguna vez acariciar a sus únicos compañeros.